sábado, 26 de octubre de 2013

METÁFORA
  Hace tiempo que no subo nada a mi blog. Ya os lo advertí: las clases, mis obligaciones académicas habituales hacen que relegue la escritura creativa a un segundo plano, limitándola básicamente a fines de semana muy esporádicos y, sobre todo, periodos vacacionales. Disculpadme. Aprovecho ahora una tarde lluviosa de sábado para, de forma excepcional, daros cuenta de algo que tal vez interese a algunos/as. El año pasado, con el único fin de apoyar la iniciativa, participé en el Certamen internacional de relato breve sobre vida universitaria que convoca periódicamente la Universidad de Córdoba, a la que pertenezco. Era el VI, y, para mi sorpresa, obtuve el tercer premio (gracias al jurado y a los organizadores), lo que ha implicado la publicación de mi texto en una monografía que recoge los diez más destacados de un total de casi cuatrocientos que concurrieron a la convocatoria desde múltiples países del mundo. Reproduzco a continuación la portada del libro y también mi cuento, cuyo significado último, como bien indica el título, va mucho más allá de las palabras. Posiblemente, quienes no conozcáis a fondo la estructura universitaria no alcancéis a entenderlo del todo, pero al menos espero que lo disfrutéis.  
   


METÁFORA 
            Fue poco después de ganar la quinta oposición y pasar por fin a funcionario de carrera, coronando así mi particular calvario de casi veinte años. Dejé pasar un tiempo para hacerme con los entresijos de la Facultad y, ya bien instalado, no tardé en conseguir una copia de la llave maestra de los casilleros. Se la pedí al bedel jefe con la excusa de que había olvidado la mía en casa, y me las arreglé para acercarme a una ferretería cercana y mandar hacer un par de copias de urgencia antes de devolverla. Desde ese momento, me dediqué a espiar discretamente el correo de mis compañeros.
Ya de pequeño tenía la costumbre de colarme en las habitaciones de mi hermana o de mis padres, y hurgar con la misma fruición que cuidado entre sus cosas. Me provocaba un morbo indescriptible, sólo comparable al placer sexual que aprendí a proporcionarme primero a solas, mientras manoseaba su ropa interior usada, y más tarde con ligues de fin de semana, chicos y chicas de ésos de aquí te pillo, aquí te mato, con los que desfogaba por vía de urgencia mi bien disimulada represión, emocional y física. Soy un pervertido, lo sé, y nunca me he reprobado por ello; antes al contrario, me divierte como ninguna otra cosa en el mundo. Mangonear en las vidas ajenas, jugar con ellas como si fueran las piezas -involuntarias, pero activas- de una partida de ajedrez, me excita hasta el paroxismo.          
A pesar de todo, podría decirse que he tenido una vida bastante convencional. Ni mis padres ni mi única hermana notaron anomalía alguna, aun cuando me tuvieran por un poco raro, y los escasos amigos que alguna vez han pasado por mi vida difícilmente alcanzaron a ver más allá. He puesto siempre mucho cuidado en que no se aproximen demasiado, en no dejarles traspasar mi coraza de allien hasta el punto de percibir que debajo de ella hay un monstruo.
Esto no fue obstáculo para que en su momento supiera ganarme la voluntad de Matilde, una compañera de estudios ni lista ni torpe, ni alta ni baja, ni guapa ni fea, anodina y sin grandes pretensiones, que se convirtió en la mejor cortina de humo para mis aberraciones, y una justificación perfecta ante Dios, mi familia y el mundo. Con Matilde las cosas son igual de grises que ella, por lo que apenas hube de esforzarme en hacerle un par de hijos a fin de mantenerla entretenida, y permitir que se convirtiera en reina de la casa, olvidada carrera y cualquier ambición personal o laboral fuera de los muros de ésta. Un hogar que yo piso lo justo para mantener la ficción de normalidad entre el núcleo cada vez más reducido de parientes y amigos que siguen fieles a nuestra peculiar idiosincrasia de pareja.
Siempre he pensado que ella sospecha algo; particularmente, después de que un día me sorprendiera con unas de sus bragas sucias incrustadas en la nariz como si pudiera aspirarlas igual que cocaína. Me miró primero con ojos desencajados, en los que latía la misma dosis de espanto que de desconcierto, y luego, siempre en silencio, siguió su camino blanca como un espectro, pero con un rictus nuevo junto a la boca que no sé si identificar con desprecio o con asco. Nunca hemos hablado del tema, ni tampoco he vuelto a encontrar su ropa interior en la cesta de la ropa para lavar. Por supuesto, no ha habido más sexo. Allá ella. Sin duda, decidió aquel día que los trapos sucios se verdean en casa (cada uno los suyos), y a eso es difícil poner reparos.  
            Desde que empezó aquel noviazgo nuestro un tanto sui generis, me centré casi al cien por cien en mi carrera, a la que entregué las veinticuatro horas del día, con muy pocas concesiones a mis vicios secretos y plena disponibilidad, en cambio, para mi jefe, el catedrático de turno que, al final, como ocurre con cierta frecuencia, acabó conculcando el principio sagrado de lealtad y, después de mantenerme quince años en galeras, santificó en mi lugar a otra que le calentaba la cama. Esto me obligó a iniciar un rosario de oposiciones por toda España que a punto estuvieron de volverme aún más loco, de acabar conmigo. Finalmente, conseguí plaza en esta Universidad, y aquí me trasladé con toda la familia. En último término, ¿qué más da un lugar que otro…?
*****
Al principio, para satisfacer mi morbo espiaba de forma ocasional a los compañeros del Área, me las arreglaba para crear conflictos entre ellos que nadie sabía muy bien a qué achacar o qué los había iniciado, curioseaba en las mesas de unos y de otros como si en sus cajones pudiera encontrar el mismísimo sentido del universo, y no papeles anodinos, algún condón olvidado y mucho chicle seco. En esto mío la precipitación se paga, y yo sé ser paciente.
Fue al segundo año cuando decidí dar rienda suelta a mis fantasías, y me las arreglé para conseguir la llave maestra de los buzones; discreto, siempre discreto. Llevo décadas de entrenamiento; acumulo experiencia suficiente como para no permitirme desliz alguno.
Empezaba el siglo XXI, y si bien el correo electrónico iba tomando fuerza, todavía menudeaban los envíos postales, por lo que al inicio la cosa fue algo más divertida. Llegué a clasificar mentalmente a mis compañeros de Facultad por su adicción al trabajo, su círculo de relaciones, sus rarezas o sus actividades galantes. Sin embargo, las cartas personales fueron desapareciendo de forma progresiva, y en poco tiempo perdí interés. Estaba, pues, a punto de idear nuevas vías para saciar mi apetito cuando empezaron a aparecer las primeras misivas: caligrafiadas con una letra cursiva y diminuta, un poco convulsa, que hubiera hecho las delicias de cualquier impresor, en sobres de ésos con ribetes rojos y azules que se usaban antes en España para los envíos por avión, y remite de Santa Mónica, California, en los Estados Unidos de América. Su autor: Vicente Luis Escudero Navajas; la destinataria: Beatriz Carmona Pineda, uno de los últimos fichajes de mi Departamento, soltera y entera según las malas lenguas, a pesar de sus cuarenta largos, que, sin embargo, tenía todavía un buen par de polvos. Seguramente, como tantos otros de nosotros, se había visto obligada a anteponer la carrera a su vida personal, y cuando quiso darse cuenta se le había pasado la paellera entera. 
Nunca antes había reparado en ella (sólo encontraba en su casillero catálogos bibliográficos, circulares bancarias, o invitaciones del Decanato y del Rectorado), hasta que empezó a recibir las cartas. Llegaban con precisión suiza todos los jueves, como si su autor las expidiera puntualmente cada fin de semana y cruzaran el Atlántico animadas en su desplazamiento por la mente de él, capaz en su desesperanza de dotarlas de alas y disminuir de paso la densidad del aire para que pudieran avanzar más deprisa.  De las dos primeras me limité a tomar nota mental, pero ante la tercera no pude resistirme y me la llevé al despacho. Jamás se me ha dado que los destinatarios se hayan apercibido de mis manipulaciones. Si ocurre, será fácil justificar un error.
Estuve sopesándola un rato, mientras la miraba del derecho y del revés, por detrás y por delante, disfrutando anticipadamente del momento de abrirla como quien retrasa un orgasmo. Hubiera podido hacerlo como siempre (calentaba  la goma y volvía luego a pegar la solapa con uno de esos pegamentos en barra que no dejan huella, si bien en más de una ocasión la operación resultó fallida y debí desprenderme de las pruebas), pero algo me decía que aquella carta cambiaría mi vida, y mi instinto de predador envilecido volvió a no fallarme. Era de un mejicano profesor en la Universidad de Santa Mónica, que al parecer había recibido a Beatriz Carmona en visita académica durante tres meses, cayendo perdidamente enamorado de la solterona sin que ésta hiciera al parecer otra cosa para merecerlo que lucir con garbo y ausencia total de coquetería su rostro un poco apergaminado de virgen vocacional y militante.
La carta dejaba entrever que ella permanecía ajena a su cortejo, pero esto no desanimaba al cincuentón Escudero. Por el contrario, derrochaba requiebros como quien regala algo que le sobra, a cual más cursi y trasnochado; como si la vida no mereciera ser vivida sin ella, o estuviera a punto de ahogarse en la sangre de tantas puestas de sol a las que confiaba su desahogo, en la mejor tradición romántica. No obtenía respuesta, pero tampoco desesperaba, y había decidido abrumarla a base de atenciones, de palabras hermosas y un tanto hueras, de brindis a la luna, en la confianza de que, antes o después, sus murallas acabarían derrumbándose.
Ignoraba hasta qué punto el mariachi conocía a su amada, pero ésta no parecía de las que se rinden fácilmente, por lo que decidí intervenir. Me convertiría en Beatriz, y haría que el mejicano se derritiera como mantequilla. Por su parte, ella respiraría aliviada al comprobar que sus cartas dejaban de llegarle. Si algún día, pues, se producía el encuentro entre ambos, la situación iría acompañada de fuegos artificiales.       
El tal Vicente Luis picó a la primera. Debía andar el hombre con las hormonas más revolucionadas que un adolescente. Le costaba entender por qué Beatriz no caía a sus pies, abrumada por tanto requerimiento. Inteligente, sin embargo, a pesar de su ceguera, se guardaba muy bien de cuestionarla. El caso es que donde antes había pasión contenida se desató en cuestión de sólo una semana la furia de un tifón cuando el mexicano supo que su amada -en realidad, yo travestido- le correspondía. Sin solución de continuidad, pasó a poner en sus cartas el fuego de una fragua, la desesperación de un náufrago, el hambre de alguien que nunca ha comido…, y la cosa fue subiendo de tono hasta que un día amenazó con pasar de las palabras a los hechos. Intenté contenerlo, pero, contrariamente a lo que esperaba, Vicente Luis empezó a comentar cada vez con mayor insistencia que quería venir a España. Anhelaba convertir en realidad palpable (sobre todo, palpable…) su pasión epistolar.
Un poco acobardado ante la trascendencia potencial del lío que podía montarse, decidí abandonar el juego en aras de que la cosa no llegara a mayores. Le envié una carta un tanto vaga en la que le decía que había encontrado a otra persona y me marchaba de nuevo al extranjero por una larga temporada; como consecuencia, no podría volver a leer sus misivas, por lo que debía renunciar a escribirlas. Todo inútil.
*****
El primer cuatrimestre estaba en su apogeo; casi no daba abasto con clases, tutorías y los mil y un trámites burocráticos más bien estúpidos con los que la Universidad ahoga cada día a sus profesores (por lo menos, a aquéllos que vamos por la Facultad y nos tomamos el trabajo en serio), y todo ello me ayudó a olvidar momentáneamente el tema. Percibí, eso sí, que el flujo de cartas se había detenido. De forma temeraria, ignoré el presentimiento de angustia que se me había instalado en el fondo de las tripas, y mi obviedad irresponsable acabó acarreando consecuencias desastrosas.
No recuerdo exactamente cuánto tiempo había pasado desde la interrupción del “noviazgo”, cuando, a media mañana de un lunes de abril marcado por la lluvia y el viento, la noticia corrió por la Facultad con la fuerza del propio Hércules: Beatriz Carmona había sido encontrada muerta, cosida a puñaladas, en su hermoso apartamento de soltera. Por lo visto, la cerradura no presentaba huellas de haber sido forzada, y la pobre doncella yacía sobre la cama con la falda arremangada hasta casi taparle la cara, las bragas por los tobillos, y su sangre, tras abandonar el cuerpo hasta la última gota, empapando la alfombra. No hacía falta ser un lince para deducir, sin ni siquiera conocer los resultados de la autopsia, que la profesora había muerto defendiendo el que posiblemente consideraba su bien más preciado, dispuesta a pasar a mejor vida antes que permitir a quienquiera que fuese arrebatarle algo que ella no quería dar, robarle su dignidad para siempre, dejarla con el alma y la piel en purititos cueros, como si no tuviera el derecho inalienable de hacer lo que ella y sólo ella quisiera con su cuerpo y sus centros.
Nadie sabía nada. En cambio, yo lo sospeché desde el minuto cero. El crimen debía ser resultado de mi entrometimiento en la vida de aquella desgraciada. Tal vez el manito había cumplido su amenaza de viajar a España y se presentó ante su amada en la confianza de que lo esperaba con los brazos abiertos. Ésta lo habría recibido en su casa, correspondiendo quizás a las mismas atenciones que recibió de él en su visita a Santa Mónica, ignorante en el fondo de la pasión que otra persona había desatado en su nombre, y el resto era fácil imaginarlo. No podía, pues, acudir a la policía. Tendría que callar, aguantar el tipo y, como el resto de la comunidad universitaria, endosar la máscara de duelo y lamentar públicamente tan terrible pérdida.

*****
Matilde no quiso venir conmigo al sepelio. Ese tipo de actos la deprimen. Últimamente tiene la íntima sensación de que me avergüenzo de ella y procura dosificarse al máximo. Razón no le falta. 
Matilde no fue, pero yo sí, y para ello tiré de mis mejores galas, como si se me hubiera muerto la mismísima madre. Mejor pasarse que no llegar.
Para poder manejarme a voluntad, sin tener que esforzarme más de lo debido por aparentar pena,  y observar con plena libertad cómo reaccionaban los otros, decliné el ofrecimiento de un par de compañeros para acudir juntos al funeral (a la gente le suele dar reparo ir sola a este tipo de actos). Aun cuando aberrante, aquella era mi obra, y en cierta manera me sentía orgulloso de ella, por lo que quería disfrutarla sin cortapisas.
Como se le había debido practicar la autopsia, las exequias se demoraron algunos días, de modo que la familia tuvo tiempo sobrado para cuidar cada detalle de la ceremonia. El féretro entró en la iglesia al son de un bellísimo “Torno a Sorrento” arrancado con maestría indudable de su guitarra española por un ruso de poco más de treinta años que, según comentó alguien, era solista en la orquesta municipal (cosas de la globalización). Después, durante la comunión, atacó con igual fuerza el tema central de “La Misión”, bellísima composición del gran Ennio Morricone que se avenía perfectamente con la entidad del drama, y terminó, mientras que el cura nos daba la bendición, con un estremecedor “Con te partirò” que casi agota la provisión de kleenex entre los parroquianos:       
Con te partirò...
Paesi che non ho mai
veduto e vissuto con te,
adesso si li vivrò.
Con te partirò,
su navi per mari
che, io lo so,
no, no, non esistono più,
            con te io li vivrò...

Mientras el cura, viejo, viejísimo (tuvieron que sacarlo del altar con la ayuda de un andador), daba por finalizada la liturgia y abandonaba el lugar de los hechos dejando todo el protagonismo a los dolientes, paseé la mirada por el auditorio. Conocía historias personales de muchos de los que abarrotaban el templo capaces de erizar los vellos a la propia difunta y, sin embargo, allí estaban, luciendo hipócritamente su mejor cara como si nunca hubieran roto un plato en toda su existencia, no jugaran ellos también con las vidas ajenas, imponiendo colleras a quienes pretenden hacer carrera en su órbita, o no se odiaran entre sí hasta el punto de llegar a sacarse las tripas si el Código Penal no lo catalogase como delito.
La comunidad universitaria que se ufana de sí misma con ecos de elite no se ha caracterizado nunca por su nobleza de carácter; tampoco, por la solidez o entereza de sus valores, por su integridad o su altura de miras. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, parecían decir la mayor parte de los rostros, acostumbrados a hacer y deshacer en sus respectivos campos de trabajo con franquicia de contrabandistas, a pesar de las corbatas negras y los gestos impostados de duelo, en actitudes a medio camino entre el cinismo, la compunción y el distanciamiento...
Por cierto, ¿quién será el chico que acompañaba al Decano? Lo he visto alguna vez por la Facultad, pero no sé si se trata de un becario, un profesor visitante, un familiar, o simplemente su amante. También podría ser una mezcla de todo ello. Conozco a más de un/a colega que, sin tener en cuenta los precedentes, se han liado con estudiantes (de uno u otro sexo, según las preferencias), manteniéndolos a su lado contra viento y marea hasta que el o la postulante completaron el cursus académico y al día siguiente de aprobar la oposición se deshicieron de su maestro o maestra sin el menor escrúpulo y en justa correspondencia. Tan viejo como el mundo.  
Me froté las manos, expectante. Si alguien me hubiera estado observando en ese momento, habría reconocido sin dificultad en mi cara los síntomas de la más absoluta depravación. Tenía nueva víctima…

*****
 Antes de volver a casa después del entierro, pasé un momento por la Facultad. Debía trasladar las notas al Acta, y quería hacerlo aquella misma noche para poder entregarlas por la mañana. Iba ya fuera de plazo.
Recogí la carpeta que necesitaba en mi despacho, y de una forma casi automática miré en mi casillero antes de salir. De pronto, el corazón me dio un vuelco...
Sin terminar de creer lo que estaba viendo, retiré el sobre con ribetes rojos y azules que descansaba dentro. En él destacaba claramente mi nombre, caligrafiado con aquella letra suya, menuda, nerviosa…
No necesitaba abrirlo para saber quién era el remitente, pero aun así lo hice, allí mismo, sin poder controlar el temblor de mis manos.
El hecho en sí de encontrarla habría sido ya motivo suficiente para robarme el sueño, pero su breve contenido me arrebató, además, el aliento, y me mantiene desde entonces con las entrañas en suspenso, a la espera de qué dirá la próxima.

Querida Beatriz:
Permíteme, por favor, que te siga llamando por este nombre. La que lo llevaba ya no existe, y en último término no fue ella quien despertó en mí este volcán que me consume sin remedio. Tus cartas me abrieron universos nuevos, despertaron en mí sentimientos que no probaba desde la más tierna adolescencia, me hicieron ver que lo vivido hasta ahora no fue sino el preámbulo de la felicidad verdadera. Te quiero, y sé que soy correspondido. Estas cosas se intuyen. Seguiré escribiéndote con la misma periodicidad con que lo he hecho hasta ahora. Confío, para bien de los dos, en merecer correspondencia.
Tuyo, siempre:
                                               Vicente Luis Escudero Navajas           

sábado, 3 de agosto de 2013

UNA NOCHE MÁGICA

  El pasado día 1 de agosto, a las 22 h. tuvo lugar en el Salón de Actos del Palacio de la Cultura de Herrera del Duque una nueva presentación de "Alfileres de cristal" que, sin duda, dejará una huella imborrable en todos los que tuvimos la oportunidad de compartirla. Herrera del Duque es mi pueblo natal, y volver allí me permite recuperar mis raíces, retomar el contacto con familia, amigos, vecinos, conocidos y un entorno que forma parte determinante de mi conformación como persona. En Herrera recupero, como por ensalmo, al niño que se vio obligado a abandonarla con sólo catorce años; una especie de catarsis que no hace sino sumar intensidad a la relación que me une con tan particular y querido paisaje humano y físico.

  El acto, en un auditorio que abarrotaban más de trescientas personas, dio comienzo con una sorpresa que nadie esperaba: tras apagarse las luces, salió a escena Rocío Barba, una preciosa criatura de sólo dieciséis años, con una sensibilidad artística fuera de la común. Acompañada al piano de Jesús Gutiérrez, ambos amateurs, pero cargados de verdad, acometió A ciegas, de Quintero, León y Quiroga, con desgarro y pasión impropias de su edad que consiguieron, de entrada, poner las emociones a flor de piel. No olvidemos que el título de la novela está extraído de una estrofa de esta copla magistral, que tan de moda ha puesto estos últimos años Miguel Poveda.

  Tras dejar que los asistentes se rompieran en aplausos, inició el turno de intervenciones Laura García, concejala de Cultura del Ayuntamiento de Herrera. Le siguieron nuestro alcalde, Saturnino Alcázar, que tanto ha hecho por Herrera en el tiempo que lleva al frente de su Consistorio; a continuación una emocionada Mª del Mar Ledesma, encargada de la Biblioteca Municipal de Herrera y verdadera alma del evento, Clara García, maestra y co-fundadora, conmigo y otros amigos, de la Asociación Cultural Castillo de Herrera allá por principios de los años 80, y finalmente yo mismo. En mi breve discurso, que limité todo lo posible en beneficio del coloquio que habría de venir a continuación, quise recordar la primera vez que presenté mi obra en Herrera (concretamente, "Callejón del lobo", en los Salones Ismael), y cómo ha evolucionado mi relación con mis paisanos y la vida cultural del pueblo, que llama realmente la atención estos últimos años por su efervescencia. Cuando creamos la Asociación hace tres décadas hubiera sido impensable reunir en Herrera a 350 personas una noche de agosto ¡para hablar de libros!; y sin embargo, empieza a ser habitual, indicativo por tanto de que algo ha cambiado, quizá, sencillamente, porque fructifican por fin las semillas sembradas durante tantos años, en éste y en tantos otros aspectos. Por lo que a mí se refiere, tenía que agradecer el apoyo, el cariño y el respaldo, absolutamente incondicionales, con los que me regala a diario la gente de Herrera. Con ellos me hacen sentir que merece la pena cualquier esfuerzo.

  Antes de terminar, volví a dar paso a Rocío y Jesús, que interpretaron en esta ocasión dos nuevas coplas de las que conforman la banda sonora de mis "Alfileres": Que me perdone Dios, y Con los bracitos en cruz. De nuevo, la magia, favorecida por el pellizco y la expresividad de Rocío, a la que auguro un futuro brillantísimo si es que decide dedicarse al mundo del espectáculo, o por lo menos hace alguna incursión ocasional, compaginándola con sus estudios, que son para ella, con el mejor de los criterios, prioridad.  Tras su éxito renovado, Laura abrió el debate y, como no podía ser de otra forma y yo esperaba, tomaron en primer lugar la palabra las componentes del Club de Lectura de Adultos de la Biblioteca Municipal de Herrera del Duque, con las que el día anterior había compartido dos horas de charla en la última de las sesiones dedicadas a Alfileres de cristal, y que en esta ocasión se distinguían todas por llevar zapatos, vestidos o lazos rojos, en homenaje a mi Penélope y a alguno de los personajes que la acompañan en su particular Odisea, particularmente Juana. Fue casi una hora de intenso debate, al final del cual, ese mismo grupo de mujeres (el único componente masculino no pudo asistir esa noche) subieron al escenario para, de forma totalmente inesperada, hacerme un obsequio que conservaré siempre como recuerdo de una noche especialísima. Después, la consabida firma de libros, que se prolongó hasta bien pasada la medianoche, y finalmente Rocío y Jesús cantando otra vez en el escenario sólo para unos pocos privilegiados antes de irnos a celebrarlo.

  En definitiva, Herrera del Duque, mi pueblo, y su gente, me han vuelto a regalar con lo mejor que tienen: su respeto, su apoyo incondicional y su afecto. Por todo ello, un millón de gracias, de corazón, a cuantos lo hicieron posible. No olvidéis que allí estaba toda mi familia y un montón de amigos entrañables, venidos incluso de pueblos cercanos como Navalvillar de Pela, Puebla de Alcocer y Fuenlabrada de los Montes (de esta última acudieron legión). La generosidad de Mª del Mar y Laura, el cariño de Satur y Clara, el arte de Jesús y Rocío, la pericia técnica de Abel, el respaldo de Javier Romero, que preparó la banda sonora, el ingenio de Carmen Antón, la sensibilidad del Club de Lectura...; y, por supuesto, la presencia masiva de tantas, tantas personas, a las que quiero, revivieron en mí el orgullo de sentirme herrereño.

   La transmisión completa del acto, patrocinada por el Ayuntamiento de Herrera, podéis verla en su página web, a través del enlace: http://herreradelduque.com/actualidad/Ampliada.php?CLAVE=3108

  Por cierto, las fotos que vienen a continuación me han sido cedidas por Juana Mª Ledesma, a la que agradezco el gesto. 











sábado, 29 de junio de 2013

PRESENTACIÓN DE ALFILERES DE CRISTAL EN HERRERA DEL DUQUE (BADAJOZ)

   El próximo día 1 de agosto, a las 22 h., tendré el placer de presentar Alfileres de cristal en Herrera del Duque, mi pueblo. Será en el Salón de Actos del Palacio de Cultura, en un acto presidido por el alcalde de la villa, Saturnino Alcázar, al que acompañarán la concejala de Cultura del Ayuntamiento, Laura García, y dos invitadas de excepción: Clara García y Mª del Mar Ledesma. 

   Con Clara García, maestra en Peloche durante los últimos treinta años, compartí los primeros pasos de la, ahora revitalizada de nuevo, asociación cultural "Castillo de Herrera", que creamos allá por los primeros ochenta, e inauguramos con el montaje de la obra de teatro Es mi hombre, de Carlos Arniches, en la que ella hacía el papel de mi hija (inolvidable, creedme). Mª del Mar Ledesma, por su parte, viene desempeñando un papel de primer orden en la promoción de la lectura y el desarrollo cultural de Herrera y Peloche desde la Biblioteca Municipal. Dos voces, pues, autorizadísimas para hablar de mis "Alfileres", pues a todo lo anterior suman su calidad de mujeres... .

  Será una noche muy especial, y nada al uso, porque limitaremos al máximo nuestras intervenciones en aras de que tome protagonismo el público. Queremos generar un debate sobre la trilogía de novelas que he dedicado a nuestra tierra (Callejón del lobo, Chocolate con veneno y Alfileres de cristal), y para ello el papel de los lectores, su implicación activa, nos parece absolutamente fundamental. Con este fin, desde el Ayuntamiento y la Biblioteca han organizado un Club de Lectura que está promoviendo el acercamiento a mi obra durante el mes de julio, a fin de que los asistentes, la noche del próximo 1 de agosto, lleguen con los "deberes" hechos. Huelga decir que para mí será un auténtico privilegio conversar con ellos, y resolver aquellas dudas que puedan planteárseme, o que esté en mi mano resolver, al tiempo que aprendo de tanto como pueden enseñarme.

  Gracias, pues, al Ayuntamiento de Herrera por facilitarme de nuevo el mejor de los marcos posibles para presentar una de mis obras, al Alcalde y la Concejala por acompañarme, a Clara y Mª del Mar por respaldar el acto tan generosa y activamente, y a todos lo que esa noche os decidáis a asistir, por seguir dando sentido a mi trabajo. No podría pensar en mejor forma de inaugurar agosto. Un mes que, si las Musas siguen acompañándome, dedicaré casi íntegramente a dar forma a mi próxima novela. Por el momento sólo os puedo decir que transcurre íntegramente en el año 1500...


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sábado, 22 de junio de 2013

SOBRE MIS "ALFILERES"...


      Me vais a perdonar este derroche de auto-complacencia, pero, de nuevo, la prensa cordobesa recoge hoy una reseña sobre mi última novela que no me he podido resistir a compartir con vosotros. Es un extracto del texto que Alfonso Zamorano Aguilar leyó el día de la presentación del libro en el Palacio de Viana de Córdoba. Él es Profesor Titular de Lingüística en mi misma Universidad, por lo que no seré yo quien ose opinar sobre su estilo (magnífico en concisión, ritmo y precisión sintáctica, se mire por donde se mire), pero basta con que lo leáis sosegadamente para que captéis sin dificultad su profundidad de pensamiento, su capacidad de penetración, su hondura psicológica, su dominio del lenguaje. Alfonso es uno más de esos buenos amigos que me ha regalado la vida, de potencial académico y científico inconmensurable, al que quiero y admiro por su concepto de la lealtad y su calidad humana. Él, al igual que Marisa Paredes, Rosa Luque o Pilar Sanabria, derrocha generosidad hacia mi persona y mi obra, dando sentido a cualquier esfuerzo por mi parte, haciendo que me apetezca seguir en esto aunque sólo sea por disfrutar del milagro impagable que para mí representa disfrutar la vida junto a personas tan enriquecedoras como ellos.  
  De paso, un poco más abajo, incluyo también la valoración que de Alfileres de cristal hizo hace unos días en el periódico HOY, de Badajoz, Manuel Pecellín Lancharro, un hombre muy ligado a la Siberia Extremeña por razones familiares, que viene prestando una atención especial a mi narrativa desde que apareció Callejón del lobo y que, de nuevo, como Alfonso, emociona con sus palabras. Gracias, pues, de todo corazón, a ambos.  


Una historia bien alimentada

Desiderio Vaquerizo cierra con 'Alfileres de cristal' la trilogía iniciada con 'Callejón del lobo'

Alfonso Zamorano Aguilar 22/06/2013
   Hace unos años, tuve el privilegio de trabajar, intensamente, con la personificación más absoluta del rigor, de la decencia profesional, de la entrega, de la generosidad académica y personal. Hablo de Desiderio Vaquerizo, con quien aprendí de primera mano qué significa ser universitario, riguroso, íntegro, humilde, comprometido...: todo con mayúsculas. Desde su primera novela (El árbol del pan , 2004), demostró, además, su habilidad para contar historias, para acercarse al receptor y colmarlo con su maestría narrativa. Y lo hizo desde el terreno que mejor conoce: la arqueología. En ella se siente a gusto, se mueve con soltura en distintos espacios y en esa mezcla del tiempo, pasado y presente, que es para él su disciplina. Experimentó así lo que significa dar entidad, hacer sentir, reír, llorar, a otros, a sus personajes. Aprendió a jugar a la gratísima tarea de crear vidas. Después, vendría su trilogía, bien diseñada, sobre la mujer española, rural y contemporánea, que empezó con Callejón del lobo , continuó con Chocolate con veneno , y cierra ahora de forma perfecta con Alfileres de cristal : una historia apasionante, intrigante, con picos de tensión narrativa brutales, que se disfruta y se siente desde la primera hasta la última página. En ella el lector se ve envuelto, una vez más, en una telaraña de la que resulta imposible sustraerse, no implicarse. Cuesta, incluso, deshacerse, después de terminarla, del ambiente que se respira, de la piel, exterior e interior, de Penélope, esa mujer aparentemente frívola, de alma desgarrada, de entereza y lucha envidiables, de pasión vivida, derrochada y salvajemente robada desde su nacimiento hasta su final, impactante y desolador.
   No voy a desentrañar los hilos bien tejidos, cuidadosamente bordados, de su trama narrativa. Quiero que sean sus lectores quienes se sobrecojan con este relato tan real, tan verosímil como empapado de dureza; con la construcción pensada, perfecta, bien urdida, de la historia, de los personajes, de la estructura, de los temas que nos regala para la reflexión. En ella llaman la atención la técnica cinematográfica, que logra enredarnos de forma inexorable en las vidas de los personajes, el ritmo, mantenido hasta la última línea (resulta fascinante, casi adictivo, el anzuelo que representa esta estrategia), y, paradójicamente, el remanso relajado de las bien medidas descripciones; porque entiendo asombrosa, y dulcísima, la fotografía verbal de ideas, sentimientos, personajes, lugares... Descripciones preciosas, fruto de un ojo clínico y preciso para la captación y la transmisión de la realidad, sea esta agradable o, con más frecuencia de lo deseable, terrible. La mezcla del compás trepidante de la narración, de la tensión en ciertas cumbres, junto con el sosiego de las descripciones, zarandean al lector, que de forma insoslayable se ve implicado con los personajes hasta llegar a respirar con ellos.
   La complejidad y el crecimiento psicológicos de Juana, Miguel, Marta, Rafael, Martina, los inspectores Calatrava y Jiménez, el abogado Quintana..., los alejan de tópicos tipos sociales, acercándolos a las personas. Los lectores gozarán, incluso se asombrarán de la potente personalidad de Penélope, de su desdoblamiento emocional y de su contraste con Saturnina... Dos mujeres en una. Una mujer en dos cuerpos y con un alma arrebatadoramente vivida. El mismo desdoblamiento que el narrador, el autor-narrador, nos hace sentir en su persona; porque en esa voz omnipresente y omnisciente se intuye a Desiderio Vaquerizo, magistralmente escondido, y nos conduce a un universo sorprendente, a la par que logra mantener diálogos explícitos o implícitos con los personajes (internamente) y con el espectador/lector (externamente). Esto pone de relieve la riqueza de su técnica, que convierte a la novela en una historia sutilmente enhebrada y sorprendentemente alimentada.
   La realidad es una síntesis de contradicciones, que se recogen con deliciosa ética en Alfileres de cristal . Una realidad, un mundo, cuya propia esencia contradictoria, incluso de fantasía y verdad, toma forma a través de la mitología (Icaro, Medusa, Venus, Cibeles, Atlas, Fortuna, Ulises, Penélope, Odiseo...) y el mundo animal (anguila, serpiente, gato, guepardo, zángano, gallina, rinoceronte, zorros, perros, galgo, pájaros, liebre...); metáfora brutal del zoológico en el que ha devenido nuestro mundo; metáfora plástica de lo ideal y lo real, de lo crudo de la sociedad y también de lo deseable. "No le temo a la muerte, sino a perder la vida", dice Penélope en un momento de la obra. Esta sobrecogedora afirmación da muestra del pulso literario, también poético, en el que Alfileres de cristal nos atrapa. Una novela de difícil encuadre, por su misma riqueza y complejidad; una historia de corte social salpimentada de novela negra y/o policíaca, costumbrismo, paisajismo, psicologismo y actualidad, pero también de brotes sorprendentes de copla y de poesía. Créanme, no les dejará indiferentes. 


Ocaso y muerte de una diva
Manuel Pecellín Lancharro 3/06/2013

   Nacido en Herrera del Duque (1959), Desiderio Vaquerizo es profesor de Arqueología en la Universidad. Aparte de importantes estudios como historiador (recomiendo vivamente su trabajo sobre el aceite en la Hispania antigua, Boletín de la R. Academia de Extremadura, 2011), cuenta ya con una notable producción literaria. Títulos como El árbol del pan (2004) o El cerro de los cráneos (2011), clasificables como novelas históricas, testifican la calidad de su escritura. Más interesantes aún son las tres que conforman la trilogía conformada por Callejón del lobo (2004), Chocolate con veneno (2009) y Alfileres de cristal, las tres en la editorial Berenice, sobre la situación femenina en los medios rurales de España mediado el siglo XX. Según exhiben tantos naturales de la Siberia extremeña, el autor es un entusiasta (no acrítico) de una zona que posee tan marcadas características geográficas, socioculturales e históricas. De todo ese acervo etnográfico llevará Vaquerizo abundantes testimonios a sus obras, que, sin embargo, están muy lejos de limitarse a la recreación de paisajes idílicos, escenarios folclóricos, ágapes suculentos o tiernas composiciones rurales. Por el contrario, sus novelas pertenecen más bien al género policíaco (el inspector Calatrava, un atractivo detective, ha de resolver los crímenes ocultos), aunque valgan más por el retrato psicológico de los protagonistas, sobre todo los femeninos.
   Igual que en las anteriores, el personaje central de ésta es una mujer hecha a sí misma, que ha triunfando pese a las circunstancias más adversas y, transgrediendo cualquier código, es capaz de ponerse el mundo por montera, sin olvidarse de sus humildes orígenes ni dejar de proteger a los menos favorecidos, y vengar agravios adolescentes de los clásicos caciques. Así es la antaño famosa vedette Penélope Montes (guiño a Homero y Serrat), ya herida por inmisericorde cáncer, cuyos zarpazos últimos trata de aguantar retirándose a su predio de Los Alcornocales, donde vino al mundo, y en torno a la cual va urdiéndose una trama tan atractiva como increíble. “Fue una mujer libre, que no tuvo reparos en utilizar el sexo como reclamo efectivo de libidinosos, a los que, a cambio de disfrutar de sus encantos, vaciaba la cartera o sacaba un papel de protagonista. Una mujer que se autocalificaba de fulana con el fin de castigarse por su moral disoluta, pero que en realidad se burló del mundo con todas las de la ley, vendiendo al mejor postor lo que fue siempre su mercancía más famosa: ella misma” (pág. 23)., adelanta pronto el novelista.
   Merced a las oportunas evocaciones irá reconstruyendo las enjundiosas peripecias de una biografía que va a cerrarse antes de lo previsto y no por culpa de la enfermedad. Antes, la antigua hetaira se propuso remediar algunos de sus máximos errores, organizando una “última cena” donde están todas las claves del drama.
   Vaquerizo afina más cada vez su prosa, que se hace especialmente atractiva en las descripciones del paisaje y paisanaje típicos de la Siberia, sin omitir el recurso al habla dialectal cuando presenta personajes populares. También llaman la atención los recursos lingüísticos utilizados, próximos a la jerga juvenil más desgarrada y provocativa al describir determinados ambientes. Y no renuncia a su ya conocido amor por ese inagotable fontanal discursivo que constituye el refranero español, tan bien conservado en las pequeñas poblaciones de Extremadura. Construye así un texto complejo, con guiños múltiples, a veces previsibles, pero siempre eficaces.

lunes, 17 de junio de 2013

CÓRDOBA, A PIE DE TIERRA
  Después de colgar, hace unos días, el precioso editorial que me dedicó Rosa Luque, me he dado cuenta de que debería haber hecho lo mismo con el artículo que Pilar Sanabria publicó hace un par de semanas sobre mi libro Córdoba, a pie de tierra. Ella, que fue una de las intervinientes en el acto de presentación de la monografía, me conoce también desde hace tiempo, y ha sabido trascender más allá de lo evidente, hasta expresar con delicadeza exquisita su opinión sobre un libro en el que yo he puesto corazón, sangre y alma. ¡Gracias también a ti, Pilar; por entenderme, apoyarme y derrochar sensibilidad a manos llenas...!


Córdoba, a pie de tierra

Pilar Sanabria Cañete, Poeta 28/05/2013
  El pasado 24 de abril, de la mano de la entrañable editorial cordobesa El Almendro, tuvo lugar la presentación del libro Córdoba, a pie de tierra , un diario privilegiado del último lustro en el que Desiderio Vaquerizo recopila sus artículos de prensa, con ilustraciones de Curro Fuentes. En sus páginas se entremezclan, como en una poderosa mixtura de esas que se escanciaban y servían en las cráteras antiguas, esencias de historia, arte y filosofía, convocadas de forma profusa en torno a esta Córdoba que vivimos y sobrevivimos. Todas las perspectivas en arqueología están afectadas por un principio de expresión transversal: la escritura, y en esta obra el lector encontrará múltiples estrategias literarias, pues su autor ha sabido infiltrarse en los textos con la cercanía y la proximidad del hombre que contempla.
  Desde la perspectiva de lo que un día fue construido para recrear el pasado, hay también un transporte al presente, un lazo común de identidades y una escala común de lejanías. D. Vaquerizo practica una arqueología comprensiva, la de un ser desbordante, que incluye la crítica de sus propios errores. A través de pistas, de deducciones, de interrogar a los testigos de lo cotidiano, de desmenuzar los vestigios de ese escenario de la vida que son los hechos, las diacronías, los antecedentes de lo que sospecha, abre plenamente las puertas al yacimiento de la desidia humana, de los desencuentros, de la excavación de los estratos más recónditos que se esconden en todos nosotros. Se erige así en arqueólogo del alma, un ecologista de lo humano, reconstruyendo lo mejor y lo peor de nosotros mismos. A pie de tierra, el hombre se funde con el hombre, sin género, apellidos, ni pronombres; centra toda su fe en la integración de la subsistencia, en el asentamiento investigado, en los restos vegetales o en los huesos que son la horma que nos dignifica todavía. Desiderio excava como nadie en las pasiones humanas: grandes y pequeñas, todas son válidas; y eso se percibe en cada una de sus palabras, que son pura agua de una fuente de vida. Mediante la creación, se agrega a los reinos del universo más plural, se vuelve traductor de la realidad objetiva y la compleja subjetividad humana. Es un mentalizador, comparte la idea platónica de la caverna, en la cual desde ese nido de sombras, recuerda el "alma pura", es asaltado por la inspiración vital para expresar lo que recuerda.
  Hay en estas páginas --verdadera arqueología literaria entendida con vocación de servicio-- un ser cognoscente que se ocupa de aprehender e interpretar el mundo desde su punto de vista (y dice F. Betto que "cada punto de vista es la vista desde un punto"), que se nos entrega desde el compromiso, por y para la comunicación. Su autor despliega en ellas el entrenamiento más riguroso de lo intuitivo. Encontramos así al hombre sensible y receptivo, que respira con plenitud bajo la parra de un patio mediterráneo, que habla de los honores funerarios y las medidas de la muerte en la Hispania romana, del aceite de oliva que nutría el alma, de los encajes del agua definitorios de las fragancias de Córdoba, del río de Córdoba que parece deambular siempre entre históricas cicatrices de olvido, de ese corazón nadando en la docencia más desnuda, de la aberración del sistema. Y se pregunta, desgarrado: "Quo vadis Córdoba...?".
  Les recomiendo, encarecidamente, que acudan a esta redención literaria, a esta apertura a las calles que pisamos, y que son la prolongación de civilizaciones que nos legaron un denso entramado de sabiduría. Es la autenticidad de un escritor que ha virado entre la rotundidad de Eros y Tánatos en El Arbol del Pan , el ovillo de tramas y personajes pasados y presentes viviendo un paisaje de suspense y de leyendas en El Cerro de los Cráneos , y los desastres de la España rural más trágica y femenina, con mujeres sufridoras en latencias de callejones de lobo, de merecidos chocolates con veneno, o de bellas diosas hundiendo alfileres de cristal, vengadoras de ancestrales vasallajes. Este universo plural de líquidas escenas, de seducciones fieras a través de la palabra, conforman el horizonte y la intemperie creadora de D. Vaquerizo. Todo un estigma de rumbos hacia donde dirigirse a tumba abierta, sin hacer preguntas, por el sólo placer del hallazgo. Gracias, Desiderio, por mantenerte en esa trinchera, en esa barricada no siempre grata de la resistencia a lo monocorde. Sabremos reconocerte en la entrega siempre que abramos un libro tuyo...

miércoles, 12 de junio de 2013

UN TIPO SORPRENDENTE

 A algunos os va a resultar, quizás, un poco fatuo y presuntuoso por mi parte, pero no puedo resistirme a reproducir aquí las hermosísimas palabras que Rosa Luque me dedica, con toda la generosidad del mundo, en el Diario CÓRDOBA de hoy. Acabo de leerlas, y estoy realmente emocionado; no ya sólo por lo que implican, sino sobre todo y particularmente, por haberlas merecido de ella; una mujer que es toda sensibilidad, dotada de una serena capacidad crítica que la convierte en testigo privilegiado de su época, periodista de raza y buceadora exquisita en el alma humana, un verdadero lujo para el periodismo cordobés de todos los tiempos, a la que admiro profundamente como profesional y como persona desde hace toda una vida. Confieso una cosa: siempre soñé con merecer una de sus largas entrevistas, en las que es capaz de penetrar más allá de lo evidente y lleva con frecuencia a los personajes a sobrevolar sobre sí mismos, ennobleciéndolos sin excepciones; pero esto de hoy supera cualquier expectativa. Es, sin duda, otro de esos grandes regalos que me está haciendo la vida últimamente; y casi todos ellos vienen de la mano de una mujer. Basta ese detalle para entender que les haya dedicado buena parte de mis novelas y que, probablemente, lo siga haciendo. ¡Tienen tanto que dar...! 

 ¡Gracias, Rosa! He aquí, para lo que gustes mandar, a tu rendido admirador, cuyos afecto y consideración por ti no hacen otra cosa que crecer, tras cada prueba de calidad periodística y humana que tan generosamente nos regalas.


Un tipo sorprendente
Rosa Luque 13/06/2013
  Todos tenemos varias facetas, pero muy pocos son capaces de desarrollarlas a la vez, sin jerarquías impuestas por la profesión o la vida misma. Una de esas excepciones es Desiderio Vaquerizo Gil, un tipo verdaderamente inclasificable que te sorprende a cada paso, y una especie de Rey Midas --alusión mitológica que va como un guante a este enamorado de la cultura clásica-- que convierte en oro cuanto toca, o casi. Nacido en el pueblecito pacense de Herrera del Duque, este extremeño estoico y perseverante que afirma creer aún en la utopía echó raíces en Córdoba siendo casi un niño, cuando con 14 años cambió su paisaje aldeano, al que íntimamente sigue siendo fiel, por la ciudad que le abría un horizonte de estudio en su Universidad Laboral.
  Desde entonces no ha dejado de formarse ni de creer en la educación como el arma más poderosa para mejorar el mundo (dicho está que es un utópico). Aquel chaval pundonoroso y redicho --así lo recuerdo ya de alumno universitario, cuando nuestros caminos se cruzaron por primera vez gracias a una amiga común--, aquel Desiderio lleno de deseos que llegó sacudiéndose el polvo de los campos de su infancia sigue hoy manchándose pies y manos de tierra, pero como arqueólogo y director del grupo de investigación Sísifo. Y a través de él, del proyecto Arqueología Somos Todos, empeñado en arrancar al pasado las claves para encauzar el futuro.
  Pero si el catedrático Vaquerizo ha sabido ganar prestigio para su departamento --y premios--, también se ha hecho un hueco como articulista comprometido con su entorno, sacudiendo conciencias dormidas en el abandono o la frivolidad, ese vicio que este señor tan cumplidor detesta.
  Sin embargo, hay otro Desiderio Vaquerizo que cada día sorprende más y es el escritor. Estoy convencida de que, si no fuera porque tiene donde escoger, podría ganarse la vida como novelista. Es dueño del don de la palabra y del detalle psicológico, combinados ambos con intrigas detectivescas que enganchan al lector (su inspector Anselmo Calatrava, un sabueso de provincias al que no se le escapa una, recuerda cada vez más al Plinio de García Pavón). Suele decir que la ficción para él es un divertimento, pero ahí estaba nuestro hombre el otro día en la Feria del Libro de Madrid firmando como un descosido ejemplares de su última novela, Alfileres de cristal --con la que cierra una trilogía sobre el mundo rural y sus sufridas mujeres--. Y no estaba solo, le acompañaba la actriz Marisa Paredes, musa de Almodóvar, que hizo una lectura dramatizada de algunos pasajes del libro. Si eso no es éxito literario se le parece mucho. Este tipo es una caja de sorpresas.
  

viernes, 7 de junio de 2013

UN SUEÑO CUMPLIDO

  Como estaba previsto, ayer tarde, a las 18,30 h., la Feria del Libro de Madrid se vestía de gala para recibir a la gran dama de la escena española, Marisa Paredes, que acudía a ella como madrina de mi última novela: "Alfileres de cristal" (Berenice, 2013). En medio de un silencio sepulcral, a pesar de la gran cantidad de público -incluso, de pie- que abarrotaba la sala, la actriz hizo una lectura dramatizada de algunos párrafos de la misma, con los que evocó los mil y un matices de su protagonista, la también actriz y folclórica Penélope Montes, vista en tercera persona por el narrador, por su abogado, Andrés Quintana, por su hija, Martina, y finalmente por sí misma. Puso así en relevancia la fuerza de un personaje que, asumido por ella, cobró aún más intensidad. Antes de Marisa había intervenido Rosario Aguilar, como representante de la Librería Pueblos y Culturas, organizadora del acto, y cerré yo, con un recorrido por las tres obras citadas en el que traté de explicar mi interés por la mujer y el proceso creativo que habitualmente me asiste. Hice este recorrido realmente emocionado, porque entre el público de la sala había decenas de familiares y amigos (muchos de ellos paisanos, de Herrera del Duque), de rostros que han conformado mi paisaje humano desde que era un niño, pero también otros que he ido cosechando por el camino, y que hoy ocupan cargos importantes en Universidades, Ministerios, o simplemente la vida. A todos, un millón de gracias. No sabéis lo importante que es para mí vuestro respaldo, sentir tanto afecto en estos momentos tan particulares de mi existencia. Pocos podrían presumir de una cosecha tan fecunda....

  Pero entre todos los presentes, permitídme, por favor, que mi agradecimiento en esta ocasión vaya de forma muy especial a Marisa Paredes, una actriz tan grande como su propia generosidad, con la que hemos crecido toda una generación, personalizando en su rostro, en la luz y en la fuerza de su mirada, muchos de nuestros sueños. Basta echar un vistazo a su extensísima filmografía y a su labor en el teatro, que tantos premios y reconocimientos le han reportado. Su presencia en sí misma fue todo un regalo, no ya sólo por el tirón añadido que supone su imagen, sino también por el privilegio que representa para mí su amistad, su gran conocimiento del mundo del espectáculo, su capacidad innegable para la interpretación, su calidad humana. Es una mujer luminosa, aún más hermosa por dentro que por fuera; humilde como sólo pueden serlo los realmente grandes, y estas cualidades quedaron claramente en evidencia para todos, que sucumbimos sin reservas a su magnetismo. Quién sabe: tal vez un día se acabe de materializar mi sueño, y la vea en la pantalla interpretando a mi Carmen, mi  Áurea, o mi Penélope. Yo soy de los que nunca renuncian a las utopías.

 Como una prueba más de generosa disponibilidad, al finalizar la presentación la actriz de títulos tan conocidos como Tacones lejanos, La flor de mi secreto, Todo sobre mi madre, o La vida es bella, se trasladó con nosotros a la caseta de Pueblos y Culturas, donde permaneció un buen rato atendiendo al público, mientras yo firmaba libros como una máquina. Jamás había tenido ante mí una cola de gente como esa. Gracias, pues, de corazón, a cuantos tuvísteis la paciencia de esperar para conseguir saludarme sólo un minuto, y mis disculpas por no haberos podido atender, a todos y cada uno, como hubiérais merecido. No sé qué ocurrirá en el futuro, pero tardes como las de ayer hacen que, de pronto, todo valga la pena.

  Por cierto, las fotos que incluyo a continuación son de Antonio, de Vimagen S.L., la empresa de Charo Gil que, por segundo año consecutivo, me ha honrado con un reportaje fotográfico a la altura sólo de unos cuantos privilegiados. Gracias también por eso.     











miércoles, 15 de mayo de 2013

ALFILERES DE CRISTAL. PRESENTACIÓN EN MADRID

El próximo día 6 de junio, a las 18,30 h., invitado como siempre por mi querida Librería Pueblos y Culturas, de Villaverde Alto, presentaré en la Feria del Libro de Madrid mis "Alfileres de cristal", y en esta ocasión, además de con Rosario Aguilar, responsable de la librería y librera ella misma "a la antigua" (ama los libros como nadie, y mantiene un trato personalizado con sus clientes, recomendándoles sus obras favoritas después de haberlas leído), tendré el honor de contar con la gran dama de la escena española Marisa Paredes, una mujer a la que admiro como persona y como actriz, que ha tenido la generosidad de aceptar acompañarme esa tarde. Desde aquí, pues, gracias de todo corazón a ambas. Una novela de mujeres no podría haber soñado nunca mejores madrinas.  


  Más abajo reproduzco la invitación al acto, que en absoluto es necesaria. Seréis bienvenidos todos aquéllos que queráis acercaros (huelga decir que tras la presentación firmaré los libros a quienes tengan interés en que lo haga). Gracias de antemano también a vosotros.


sábado, 4 de mayo de 2013

GRACIAS (y también disculpas...)

  En las últimas semanas, con motivo de las presentaciones públicas de Córdoba, a pie de tierra y Alfileres de cristal, me he prodigado mucho en la prensa, hablada, escrita y audiovisual. Se lo debo al magnífico trato que habitualmente me dispensan los medios de comunicación cordobeses, a los que quiero agradecer de forma encarecida su apoyo de tantos años, su respeto, su respaldo, incluso su afecto. A día de hoy cuento con buenos amigos entre los mejores representantes del periodismo de mi ciudad (también el gráfico), y no puedo por menos que reconocer públicamente el altavoz de verdad impagable que representan su voz y su imagen. Sin embargo, cuando uno habla tanto, puede ocurrir que se cuelen entre sus palabras expresiones poco afortunadas que den lugar a equívocos y malentendidos, o lleguen en ocasiones a molestar a alguien. Quiero, por eso, expresar desde aquí mis sinceras disculpas por si en algún momento ha ocurrido (u ocurre), y dejar bien claro y explícito mi máximo respeto a todos los colectivos, entre los cuales el de la mujer ocupa un lugar de claro privilegio. Llevo reivindicándola, profunda y comprometidamente, desde mi primera novela, por lo que si en algún momento parece que he dicho, o digo, otra cosa, es porque me he expresado mal o no se han entendido bien mis palabras.  


viernes, 3 de mayo de 2013

ALFILERES DE CRISTAL. PRESENTACIÓN EN CÓRDOBA

  En la tarde del pasado día 2 de mayo tuve el privilegio de presentar mi nueva novela, Alfileres de cristal, en el Patio de las Columnas del Palacio de Viana de Córdoba; el mejor de los marcos posibles, que nos embriagó a todos de belleza y aromas, multiplicando la magia del acto. Como dijo el coronel Nicolás Millán, Subdelegado de Defensa de Córdoba, "quien no ha visitado los patios de Viana, no conoce la primavera...".

Permitidme, pues, que en primer lugar dé las gracias encarecidamente y de todo corazón a la Fundación CajaSur y al propio Palacio de Viana, en las personas de sus directores, Ángel Cañadillas y Eva Delgado, respectivamente, por haber hecho posible una de las veladas más hermosas de mi vida. También, a todos aquéllos que me honrásteis con vuestra presencia, regalándome una vez más afecto, reconocimiento y calidad humana; y, por supuesto, a quienes compartieron mesa conmigo: el propio director de la Fundación, que además de reiterar su bienvenida insistió en la labor cultural de verdad impagable que realizan, el citado Coronel Millán, que hizo una glosa de mi persona, de mi tierra y de mi novela propias de un gran intelectual, y finalmente el Prof. Dr. Alfonso Zamorano, que derrochó sabiduría y agudeza, poniendo de relevancia una vez más su brillantez intelectual y también su inmensa altura como ser humano.

Aquí os dejo un extracto de su alocución, para aquéllos que no tuvisteis oportunidad de asistir. Sólo por escuchar sus voces, arrulladas por los encajes del agua y perfumadas de arrayán, habría merecido la pena estar allí, podéis creerme. 
     "El paso a su trilogía, bien diseñada, sobre la mujer española, rural y contemporánea, que empezó con Callejón del lobo y, luego, con Chocolate con veneno se cierra de forma perfecta, con Alfileres de cristal. Sin duda, el autor se ha superado con esta historia apasionante, intrigante, con picos de tensión narrativa brutales, que se disfruta y se siente desde la primera hasta la última página. Sé que su público se verá envuelto, una vez más, en una trama de la que resulta imposible sustraerte, en la que resulta imposible no implicarte. Cuesta, incluso, deshacerse, después de terminar la última página, del ambiente que se respira y de la piel, exterior e interior, de Penélope, esa mujer aparentemente frívola, de alma desgarrada, de entereza y lucha envidiables, de pasión vivida, derrochada y salvajemente robada desde su nacimiento hasta su final más impactante y desolador. Dos mujeres en una. Una mujer en dos cuerpos y con un alma arrebatadoramente vivida".




martes, 30 de abril de 2013

UN NUEVO HORIZONTE...

   Buenos días, y sed bienvenidos a este nuevo periplo que, si así lo queréis, construiremos juntos.

  Durante años, me he resistido a esto de las redes sociales, no por falta de fe en su utilidad, sino por carencia de tiempo para ello. Obviamente, ésta continúa siendo realidad palpable y restrictiva, pero también he entendido que todos aquéllos que me seguís, a través de mi obra, merecíais tener la posibilidad de conectar personalmente conmigo para compartir vuestras impresiones o trasladarme vuestras preguntas; y ése es el objetivo básico de este blog que ahora inauguro. Huelga decir que no os prometo un seguimiento diario ni individualizado, pero haré todo lo que pueda para mantener un diálogo activo que os ayude a profundizar algo más sobre mi proceso de creación, mis tramas, mis paisajes o mis personajes.

  "El mismo gladiador que, herido, jura que no volverá a combatir, cuando ha olvidado la herida antigua vuelve a tomar las armas" (Ovidio, Pínticas 1, 5, 37). Supongo que este texto sirve también para mí; así que aquí me tenéis, para lo que gustéis mandar. Me encantará recibir vuestras sensaciones en relación con mis novelas o mi Córdoba, a pie de tierra, recién publicado. Al fin y al cabo mi objetivo último es llegaros. Por eso, vuestros comentarios, siempre que sean constructivos, me ayudarán a conseguirlo.

  Finalmente, hace unos días la prensa de Córdoba publicó que mis títulos habían sido de los más demandados en la pasada Feria del Libro. Fue una sorpresa, que me llenó de satisfacción y compensó de alguna manera tantos esfuerzos. Pero nunca habría sido posible sin vosotros. Gracias, pues, de todo corazón, acompañadas de mi más cordial y afectuoso saludo.

  Ahí os dejo algunas fotos de la presentación de Córdoba a pie de tierra en el Salón de Actos que tiene CajaSur en su sede central de Gran Capitán, con mi agradecimiento de nuevo a todos los que me hicísteis el honor de acompañarme, a mis presentadores, que desgranaron afecto y poesía, a mi editor, y por supuesto también a la Feria del Libro de Córdoba y a la propia CajaSur, por hacer posible el acto.